María Luengo Cruz

Universidad Carlos III de Madrid

Durante la campaña electoral del 28M, salió a la luz una trama de compra de votos por correo en la ciudad de Melilla. El consejero del gobierno en la ciudad fue detenido y varios despachos oficiales están siendo registrados en el transcurso de la investigación policial aún en marcha.

El caso de Melilla hizo saltar la alarma. Denuncias de potenciales fraudes electorales abrieron otras dos investigaciones en Murcia y Almería. Y el anuncio sorpresivo de Pedro Sánchez de convocar elecciones el 23 de julio, en pleno periodo estival, cuando se prevé que mucha gente votará por correo, ha dividido a defensores y detractores de la validez del sistema electoral mientras los partidos políticos se lanzan los dardos con sospechas e incriminaciones por pucherazos desde uno y otro lado del espectro político.

La discusión sobre el voto por correo u otros temas de campaña refleja la polarización ideológica (distancia entre opiniones y puntos de vista políticos) y afectiva (aversión hacia el partido que no es el mío). Numerosos estudios sociológicos empíricos advierten que este doble distanciamiento, acentuado además por las redes sociales, resulta dañino para el debate democrático.

Esta entrada combina las teorías de la esfera civil y del pluralismo agonista para, por un lado, relativizar ciertas posturas alarmistas de la polarización política y, por otro, apuntar hacia una amenaza que sí considero real: una solidificación de discursos hegemónicos enfrentados que imposibilita el debate plural en democracia.

 Polarización política y esfera civil

Sociólogos culturales han empleado la teoría de la esfera civil (CST, por sus siglas en inglés) para observar que la retórica divisiva per se no es síntoma de crisis, sino más bien una señal de que la política democrática sigue su curso habitual.

El carácter rutinario de la polarización política remite a una serie de códigos simbólicos que, según Jeffrey Alexander, estructuran significativa y afectivamente actores, relaciones e instituciones sociales en términos de civismo/incivismo. Estos códigos vendrían a ser como el ADN cultural que se encuentra en el núcleo de las complejas estructuras normativas de nuestras sociedades. Los mismos códigos que unifican positivamente a actores o grupos «cívicos» activan simultáneamente polaridades negativas «incívicas».

Este armazón normativo puede llegar a desencadenar complejos simbólicos tanto de solidaridad como de exclusión. Se trata de formaciones discursivas polares (el discurso de la libertad frente al de la coerción, por ejemplo) que se trasladan al debate político al ser encarnadas por actores sociales concretos.

Una campaña electoral constituye un buen ejemplo del mecanismo cultural que subyace en las esferas civiles. En campaña, los códigos binarios se ponen en movimiento intensificando las dinámicas de la polarización política rutinaria tanto a nivel ideológico como afectivo. Los partidos políticos se engrescan en una contienda simbólica en la que cada bando se considera más cívico, ético y democrático que el otro con ocasión de asuntos candentes en la conversación pública. Esta lucha discursiva alcanza al electorado devoto de una candidatura que construye al oponente caracterizándolo de incívico, deshonesto y antidemocrático; y viceversa.

El enfrentamiento político o, en términos de Chantal Mouffe, el «agonismo» democrático puede tener efectos positivos. Pero igualmente puede ser muy pernicioso cuando el debate político se plantea cada vez más en forma de oposición entre dos bandos antagónicos.

Las categorías de agonismo y antagonismo fueron avanzadas por el célebre teórico político Carl Schmitt quien definió la política desde el punto de vista de las relaciones de amistad y enemistad.

El antagonismo sustituye el respeto hacia el adversario por la enemistad amenazando la posibilidad de que exista un mínimo de entendimiento para poder conversar. Y esta amenaza aumenta cuando la intensificación afectiva del conflicto deriva hacia sentimientos de ira y odio. Los disturbios violentos ocasionados por seguidores de Donald Trump en el ataque al Capitolio en enero de 2021 ilustran las consecuencias a las que puede llevar la polarización afectiva.

Cuando el debate plural se encalla

Otra forma peligrosa que puede adoptar la polarización política de bandos antagónicos consiste en la «solidificación de hegemonías discursivas». Este tipo de discursos dominantes ensambla cuestiones controvertidas muy dispares entre sí—la sospecha hacia el sistema electoral, la ilegalización de Bildu o regadíos en Doñana, por seguir con el ejemplo de la campaña del 28M—, y orienta acríticamente una respuesta ciudadana homogénea respecto a identidades grupales que se forjan desde sentimientos radicales de enemistad.

Laclau explica que estos discursos hegemónicos en competición se generan mediante el encadenamiento semiótico de signos heterogéneos (cuestiones sociales dispares) bajo una misma bandera política (un determinado partido político). En este proceso de formación discursiva, la «lógica de la diferencia» va cediendo a la «lógica de la equivalencia», de manera que una mayor homogeneidad de un determinado discurso hegemónico revierte, a juicio de este autor, en una ruptura más incisiva con la posición discursiva antagónica.

En una sociedad cada vez más polarizada, caracterizada por un duopolio discursivo en competencia, las voces alternativas pierden fuerza y quedan cada vez más excluidas. El movimiento libertario en Estados Unidos combina progresismo social con conservadurismo económico; por ejemplo, defiende el aborto y los derechos de las minorías sexuales, a la vez que rechaza la subida de impuestos. En la práctica política, sin embargo, los libertarios se ven obligados a alinearse con demócratas liberales o republicados conservadores.

Polarización incívica

En diálogo con la esfera civil de Alexander, el agonismo pluralista de Laclan y Mouffe traslada entonces el problema de la polarización política al plano simbólico-discursivo donde el fenómeno parece asociarse a sistemas binarios de significación social y formaciones discursivas agonistas que, desde siempre, han caracterizado la vida política en democracia.

No obstante, según hemos visto, estas teorías contemplan formas incívicas de intensidad afectiva en discursos ofensivos e incluso de odio en línea con muchos estudios sobre polarización afectiva en ciencias sociales.

La teoría de la esfera civil, además, identifica y alerta de una polarización política con claras implicaciones negativas en la confianza ciudadana hacia las instituciones democráticas. Volviendo al ejemplo inicial del debate sobre el voto por correo, una amenaza tan grave como la manipulación de unos comicios, va más allá de un contenido devaluado y convertido en juego político en busca de rédito electoral. Como acertadamente apunta José Nicolás, a propósito de los casos de Bolsonaro en Brasil y Trump en Estados Unidos, “cuestionar la legitimidad del voto por correo (…) es un primer paso para, llegado el momento, negar los resultados electorales”.  Así, la polarización política que convierte la independencia del sistema electoral en un recurso más de la divisiva retórica electoralista puede contaminar unos comicios.

Finalmente, la polarización política podría llegar a fracturar el debate democrático plural cuando la hostilidad ideología y la intensidad emocional de grupos antagónicos es síntoma de un endurecimiento de hegemonías en competencia. Aquí el problema de la polarización política podría enmarcarse en términos de la autonomía de la cultura y de cómo hegemonías relativamente estables no sólo limitan el «libre juego de significantes» (Derrida), sino que también refuerzan el sesgo hacia la identidad grupal y la exclusión del oponente.

El pluralismo se presenta entonces como el antídoto potencial contra la polarización política incívica, entre otras cosas porque disocia las opiniones políticas de la pertenencia a un grupo. Si la polarización política se va confinando tema a tema, es posible aprovechar su energía «agonística», a la vez que se desarma su potencial «antagónico».